viernes, 27 de julio de 2007

Como Kennedy en Dallas


Hace tiempo que no necesitaba tanto escribir y decirle a alguien lo que me está pasando como hoy. Cuando todo parece normal siempre hay algún tipo de asunto que se interpone entre la tranquilidad y mi alma. Pero a veces encuentro cosas que de verdad me pueden ayudar a subir el ánimo y si no lo hacen por lo menos me hacen entender que no soy la única persona del mundo que tiene que cargar con este horrible hueco en el pecho que no me permite estar en paz porque cada día me convenzo más de que estoy es como atrapada en esta cosa que se dieron por llamar vida y que a veces tiene tanto de mí como tienen los unicornios de verdad… ayer me di cuenta de que los príncipes azules no existen o por lo menos de que el mío no es capaz de estar en un solo reino y no entiendo…
No sé qué clase de maldición habré heredado pero lo que es seguro es que tengo que salir de esto y volver a ser algo que no necesite tanto escaparse.
Encontré a ray loriga y creo que él lo tiene más claro que yo, y si alguien lee esto creo que podrá saber qué es lo que me pasa.
Después de cerrar la puerta se puso a escuchar los pasos de todas las pequeñas venganzas andando por el pasillo. Algunas traían nombres que ella ni siquiera conocía. Pecados bíblicos y muertos de los que nunca había oído hablar. Crímenes caducados que reclamaban ahora su atención. Desgracias en herencia. Una de ellas se asomo a la ventana y le dijo: tarde o temprano saldrás. Sabemos que no puedes pasar los viernes en casa. Nos disfrazaremos de algún chico agradable con una amena conversación sobre perros y películas francesas, hablaremos de Rohmer si hace falta, traeremos vino y te haremos daño. Después llegó otra distinta y le prometió algo grande si se esforzaba lo suficiente. Casas con jardín y niños por todas partes, dentro del horno y debajo de las camas. También esa olla de oro que hay al final de las películas.
Las pequeñas venganzas siguieron desfilando toda la noche y por más que las miraba no conseguía reconocer a ninguna.
Por la mañana dejó de escuchar pasos. Cuando bajo a desayunar su madre le preguntó que tal había dormido y pensó que aquello era como preguntarle a Kennedy qué tal le había ido por Dallas.
Luego su madre le dijo: sabes que él no quería pegarte tan fuerte.
Pero eso ya no lo oyó, estaba a más de mil kilómetros borrando el camino de vuelta a casa.
Así estoy… como Kennedy en Dallas.